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Acerca de openSUSE en el escritorio

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Entre ayer y hoy se habrán publicado cientos de entradas con listas de cambios, números de versión, reviews, capturas de pantalla y similares sobre la liberación de openSUSE 13.1. Esta entrada no va de eso, es más bien una felicitación al equipo de openSUSE con una reflexión sobre lo que ofrece esta distribución.

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Quiero empezar aclarando que no soy usuario habitual de openSUSE, por lo que no puedo aportar una visión “profunda” de la distribución, pero sí que puedo ofrecer una visión bastante imparcial sobre ella puesto que no soy ni mucho menos un fanboy. También quiero aclarar que no me voy a meter en nada técnico sobre la distribución, simplemente hablaré de la experiencia de escritorio que ofrece openSUSE.

Cada vez que se libera una nueva versión de openSUSE corro a descargarla e instalarla en mi portátil para asegurarme de que esta sigue siendo una de las mejores distribuciones que podemos encontrar en el mundo GNU/Linux, y tengo que decir que cada vez que lo hago lo disfruto desde el minuto 1, cosa que os aseguro que pasa con muy pocas distribuciones.

Uno de los grandes fallos que encuentro en los escritorios GNU/Linux, y que openSUSE solventa increíblemente bien, es la falta de “cohesión” del sistema. Cuando eventualmente me da por probar distribuciones suelo tener la sensación de que lo que realmente estoy haciendo es correr un núcleo Linux con un montón de aplicaciones corriendo por encima, cada una de su padre y de su madre, metidas con calzador una al lado de la otra. En cambio, cuando arranco un sistema privativo Windows o Mac OS, evidentemente hay muchas cosas que no me gustan, pero la sensación de tener un sistema “entero” entre mis manos nunca se me va. Esto no es ni mucho menos una crítica hacia los sistemas GNU/Linux de escritorio. Soy consciente de que en un sistema abierto como GNU/Linux esto no es tan sencillo de conseguir puesto que, como anteriormente decía, realmente el sistema es un núcleo envuelto en miles de aplicaciones, escritas por muchísimas manos distintas y sin una compañía detrás que las coordine todas como en el caso de los sistemas anteriormente citados.

El motivo principal por el que suelo instalar cada nueva release de openSUSE es precisamente para librarme de esa sensación durante un rato. Introduces tu DVD/USB de instalación de openSUSE y desde el primer splash notas una profesionalidad en el sistema envidiable. Sigues con el instalador, tematizado con un gusto exquisito, con toda la información presentada de forma clarísima y con una cantidad de opciones de personalización que deja muy atrás a muchas de sus competidoras. Cuando acaba la instalación y arrancas por primera vez te encuentras con una carga del sistema totalmente acorde con el estilo visual de la distribución, del mismo modo que pasa con la pantalla de login. Introduces tus credenciales, carga el escritorio, y te lo encuentras tematizado de arriba a abajo con los colores de la distribución y con una coherencia visual increíble. Lo último ya es abrir tu centro de control YaST y encontrar todas las opciones centralizadas al más puro estilo “Panel de Control” de Windows.

No puedo decir que haya probado todas las distribuciones GNU/Linux, ya me dirás tú quién es el enfermo que puede decir que sí, pero de las que sí he probado la única que me genera un sentimiento cercano es Ubuntu, con la que mi falta de imparcialidad me impide empatizar más.

Es por eso que a cualquier indeciso que esté buscando una distribución GNU/Linux en la que asentarse le recomiendo encarecidamente que le dé un vistazo a openSUSE, se descargue una iso, y pruebe este sistema, porque de verdad que es una distribución que hay que probar. Si así lo haces no dejes de visitar la wiki de openSUSE y los blogs que con más cariño tratan a esta distribución: Victorhck in the free world y la Mirada del Replicante.

Y si con nada de esto consigo convencerte no me queda otra que dejar que lo haga el camaleon. :)

Hasta aquí la entrada. No suelo escribir cosas de este estilo, pero me sentía con la necesidad de compartir este pequeño placer que me invade una o dos veces al año.